Guerreros del cine

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viernes, 10 de enero de 2014

BATMAN: PINGÜINO, DOLOR Y PREJUICIO

La historieta es mi primer amor, me introdujo en el mundo de la lectura y me convirtió en un fanático. Al no haber nacido en la Era Dorada de las viñetas argentinas – Fierro, Hora Cero, los maxi libros de Columba – el entre fue por el lado de los superhéroes, y no hubo con que darle. El enamoramiento se consolidó, ya no pude dejar de consumir a estos personajes. Superman fue el caballo de Troya de esta historia, embellecido por los trazos de John Byrne. Batman era muy oscuro, e incluso las películas de Tim Burton me chocaban un poco a mis 6 o 7 años. Igual lo leía, pero no era lo mismo que el gigante en calzones volador.

Con los años decantó la oscuridad. Novelas de terror, películas de ciencia ficción poco amistosas y el ascenso de Batman al podio ganador en mis gustos “comiqueros”. Imposible no querer ser él en algún momento – millonario y superhéroe, a pesar de no tener poderes –, historias mucho más accesibles y villanos que ponían en jaque la integridad física del Caballero de la Noche. Mientras Superman – y sus creativos – intentaban encontrar una forma más de darle un puñetazo que le duela al kryptoniano, a Batman le rompían la espalda o el Joker asesinaba a Robin de una forma totalmente sádica. Gancho a la mandíbula. K.O.


El problema principal con este tipo de mercado, a mi gusto, es que publican tanto que se pierde un poco la esencia de la narración. Todos los meses estos personajes aparecen en cuatro, cinco, veinte revistas diferentes, y las historias/gemas se pierden en la marea de los números hechos para rellenar. Sagas extensas, muertes, reemplazos temporales, resurrecciones; es complicado seguirle el tranco a tanto evento loco. También se le hizo reset a los “universos” unas cuantas veces, destruyendo y construyendo nuevas continuidades. Por eso, como lector, abandone la entelequia de ser un seguidor fiel a una serie regular, y me dediqué a buscar historias unitarias que satisficieran mi famélico espíritu lector. 


“Una muerte en la familia” (Jim Starlin en guión y Jim Aparo en dibujos), con el antes mencionado asesinato del segundo Robin, Jason Todd. “Batman: año uno”, joya de Frank Miller que relata las primeras aventuras de un Batman novato. “El Regreso del Caballero de la Noche”, con otro Miller inspirado. “La Broma Asesina”, increíble historia pergeñada por Allan Moore y ejecutada con los lápices maestros de Brian Bolland… algunos referentes más que obvios de las gemas que nutrieron al Encapotado de Gotham City. Si bien de estos ejemplos el primero pertenece a una serie regular de Batman, hoy se dejan leer como una historia independiente  por su crudeza, la magia narrativa y el arte excepcional. Estos tipos solidificaron mi amor por el Murciélago.

Semejante prólogo para hablar de “Batman: Pingüino, dolor y prejuicio”, una historia escrita por el novelista Gregg Hurwitz y dibujada por Szymon Kudranski. Los puristas podrán decir que si bien es una obra buena, no merece entrar en el panteón de las Grandes Obras de Batman. Y tienen toda la razón, esta no será una defensa acérrima de este libro, sino una reseña para justificar porque me dejó en vela un par de horas hasta que finalicé las 120 páginas que lo componen. 

(Tomo editado por ECC en Argentina)

El primer dato importante para todo lector de este libro es que si buscan a Batman, acá no lo van a encontrar mucho. Está casi omnipresente, una figura mítica entre los ladronzuelos de poca monta que emplea El Pingüino, y se lo ve en pocas páginas, actuando con la agudeza y la brutalidad requerida. Esta es una historia sobre el antagonista, sobre sus orígenes, sobre sus pasiones y su tragedia. Acá es Batman el elemento secundario de la historia, y no viceversa. Un gran acierto para que el guionista (y novelista del género policial negro) suelte las riendas a una historia oscura y retorcida, ambientada en las sombras de un ser que se sabe horroroso, rechazado y, mal que le pese a los habitantes de Gotham, está dolido. Es en extremo peligroso, y no duda en probar sus habilidades.

Con el recurso del flashback conocemos un poco más la infancia de Oswald Cobblepot, y su familia. En este caso no lo tiran a una zanja como en la película “Batman Vuelve”, sino que tiene un padre que lo detesta, hermanos que le hacen la vida imposible y una madre devota y amorosa, con quien establecerá un vínculo tan estrecho que es digno material de diván. Es interesante asistir a una recreación tan cruda de la violencia infantil – en una época en la cual los colegios son fuentes de noticias macabras muy a menudo lamentablemente – para justificar la personalidad del Pingüino. No justificar su maldad, porque acá está el acento más interesante: el personaje entiende que es lo que es, un engranaje más de una sociedad podrida que funciona con las dicotomías, el bueno y el malo, el lindo y el feo, el fuere y el débil, etc. Sólo asume lo que le tocó. 


En una escena destacada, el Pingüino dialoga con unos policías que lo apresaron temporalmente. Se compara con otras figuras públicas corruptas y les dice: “¿Nunca os preguntáis? ¿Por qué les protegéis? ¿Y por qué me arrastráis aquí, sabiendo que mis abogados me sacaran en menos de una hora? Claro que no. Lo hacéis sin más. ¿Sabéis por qué? Porque ellos se parecen a vosotros. Y yo… me parezco a mi.” Jaque mate dialéctico. Punto para el guionista.

La historia planteada en este volumen autoconclusivo es simple. Batman tiene que encontrar al Pingüino, que está robando joyas a todo trapo. Pero el argumento es una mera excusa para retratar con detalle la psiquis de este gran villano, uno de los más carismáticos y trágicos de la mitología del Encapotado. Es casi una nouvelle negra, sumamente disfrutable. Más que recomendada.       

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