Mi familia había alquilado una cálida casita cercana a la playa, sin televisión. Me había hecho amigo de un vecino, cuyo nombre no recuerdo, pero que era albino (el pelo, las cejas, todo de un blanco nieve impresionante), al cual mi tío Daniel bautizó, para la intimidad, como “El Fosforescente”. El chico, aparte de su peculiaridad física, tenía una madre bastante castradora, que no lo dejaba salir y le permitía ver la televisión solo hasta las tres de la tarde. Esta mujer, una fanática de las plantas (su casa parecía una jungla), desaparecía en el horario de la siesta.
En la televisión uruguaya pasaban, un sábado a las dos de la tarde, King Kong, versión original de la década del 30, y el Fosforescente me invitó, a escondidas, a ver al rey de los monos. Nos sentamos en su hogar, prendimos la tv y disfrutamos de una película que, en su momento, me voló la cabeza en muchos aspectos. No tenía nada de aquello que acostumbraba a ver en la gran pantalla, pero aún así, supo cautivar cada uno de mis sentidos. Esta bien, era un muñeco, se movía extraño y tenía una cara extraña, pero todo en esa película era maravilloso. Lastima que al Fosforescente después de aquella “proyección” no lo dejaron salir más por pasar el horario estipulado que la madre impuso.
Esa misma semana fui a ver Jurassic Park al cine. Recuerdo que mis viejos me llevaron al lugar, en el centro de Parque del Plata, y como había demasiada gente, solo me sacó una entrada a mi. Iba a ver a los dinosaurios solo, algo que me daba un poco de impresión, pero me senté en la butaca primero, y por mi corta estatura, terminé en los escalones del lugar… y fue amor a primera vista. El cine se me presentó como un espectáculo demasiado imponente, demasiado maravilloso y hermoso, una aventura en todo sentido. Como cualquier primera vez, fue inolvidable, y ahí supe que debería estar ligado, de una forma u otra, a ese mundo del séptimo arte.
A partir de ahí, con esas dos experiencias a cuestas, me embarqué en una odisea que aún hoy continúa, mirando muchas películas, coleccionado, informándome, ilusionándome y desilusionándome también. Una historia de no acabar (que no quiero que acabe) y que se traduce en días viendo películas, en noches mirando películas, hablando, discutiendo sobre ellas… es un amor que puede tener sus altibajos, pero el cine es el mejor romance que ha tenido mi vida. El que siempre está, el que no te abandona por otros, puede tener sus altibajos la relación, pero es fiel. Suena a que soy un freak del cine (no es algo totalmente errado) pero tengo otros intereses, bastante diversos. Solo que el cine y la literatura a la par, son la fuente de inspiración y diversión.
Como dije antes, toda primera vez se recuerda. La mía fue con King Kong y Jurassic Park, dos de “mostros”. Creo que aún no salí de aquella sala de cine uruguaya.
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