Guerreros del cine

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miércoles, 4 de julio de 2012

STEPHEN KING: 22/11/63

“¡MAÑANA ES MEJOR!”
Uno de los anhelos del ser humano es el viaje en el tiempo, y creo que miente aquel que afirma jamás haber deseado volver el tiempo atrás para deshacer una decisión incorrecta o cambiar el curso de su vida. O, tal vez, viajar al futuro para recopilar información que le sea de utilidad en el presente.
Albert Einstein, el gran físico del siglo XX, hablo del viaje en el tiempo (o la “dilatación temporal”) en diversos tratados, pero afirmó que solo se puede viajar para adelante, o sea el futuro, y de ahí no se puede volver. (Estoy explicando en tres líneas una teoría enorme y mucho más compleja, pero a efectos de la nota, sirve el dato)

La forma que encontró el ser humano de viajar en el tiempo fue en el arte. Fuente de expresión de los deseos más alocados de la mente creativa, hay numerosas historias de diversa calidad que han engalanado las letras, el cine y la música. Acá, sin límites de direcciones a la hora de navegar las corrientes del tiempo, y torciendo las reglas teóricas inherentes a los peligros que implicaría una empresa de tamaña proporción. La más conocida es “la paradoja de la abuela”, que se plantea: si un viajero del tiempo se transporta al pasado y asesina a su abuela, no nacería en el futuro y no podría hacer dicho viaje en el tiempo. O, como dice el querido Doc Brown de la trilogía fílmica  “Volver al futuro”: ¡podría ser el fin del universo como lo conocemos!
La literatura ha tenido grandes exponentes, desde el afamado H.G. Wells con su excelente obra “La máquina del tiempo” (1895) que narra las peripecias de un hombre que consigue inventar un dispositivo capaz de trasladarlo a placer dentro del flujo temporal. Se traslada hasta el año 802.701 (si, leyeron bien), y en vez de encontrarse con una sociedad rebosante de tecnología y que vive en armonía, aterriza en un mundo devastado por guerras, y se encuentra con dos “tribus”, una débil, analfabeta pero hedonista, los Eloi, y otra subterránea y aterradora, que vive en la opresión, los Morlocks.

“La máquina del tiempo”, más allá de poner en el mapa literario los viajes en el tiempo, es un manifiesto sobre las luchas de clases. Los Eloi representan a la burguesía, las clases dominantes, y los Morlocks son la clase obrera oprimida que busca rebelarse del yugo al que están sometidos.
George Pal, en 1960, adaptó a la pantalla grande esta excelente obra, manteniendo la estética planteada por el libro, un complejo diseño de personajes y el dispositivo de viaje temporal más estrafalario de la historia. En el 2002 un descendiente de Wells hizo una nueva versión del libro, pero a mi gusto, es una de las películas de aventuras más aburridas que me ha tocado ver. Lo único que destaca es la escena del paso del tiempo, pero con las bondades de los efectos digitales, no es un mérito en sí mismo. (Aparte, le ponen nombre al viajero en el tiempo, imperdonable)
Pero la perlita cinematográfica la dirigió Nicholas Meyer. En 1979 se despachó con una excelente película titulada “Time after time” (Escape al futuro), en dónde nos cuenta la historia del mismísimo H.G. Wells, que inventa la máquina del tiempo y, tras caer en manos de un temeroso (y famoso) villano, debe ir en pos de él a través del tiempo para capturarlo. Una aventura que tal vez haya pasado desapercibida en el videoclub y la era del cine en la computadora. Imperdible.
Ray Bradbury, en su enorme obra de cuentos, escribió “El ruido del trueno”, un magnífico relato en el cual los viajes en el tiempo son tan comunes como viajar en el subte (para los que pueden costearlo… cómo ahora) y se organizan safaris al pasado para cazar dinosaurios. Una vez en el pasado, no pueden cambiar nada allí, ni olvidarse cosas o llevarse recuerdos. Tal vez la mayoría conozca la parodia de “Los Simpsons”, en la cual Homero viaja a la era de los dinosaurios, y siempre le pasa algo diferente. Existe una versión para la gran pantalla que, a mi gusto, no llega a trasmitir la magia del relato.

La saga “Terminator” se centra en una guerra futurista entre los robots y los humanos, y cómo los seres de inteligencia artificial envían uno de los suyos a asesinar a la familia del líder rebelde. Primero van por Sarah Connors, después por su hijo John, el líder de la resistencia, y después van de nuevo por John, pero ya crecido y encaprichado con no ser el salvador de la raza humana. Existe una cuarta en la saga, con Christian Bale en el rol de John, que es divertida pero no tiene nada de viajes en el tiempo. (Ni a Arnold, al menos no en carne y hueso)
Imposible olvidar “Superman”, de Richard Donner. En esa película casi perfecta, el superhéroe, enojado por la muerte de su novia, cambia la rotación de la Tierra e invierte el tiempo, rescatando así a su amada (y dejando de lado todas las paradojas posibles, cómo el hecho que ya no va a salvar a Metrópolis de Lex Luthor…)
“Volver al futuro” es un referente ineludible en esta materia. El auto es icónico, los personajes son icónicos, hay frases que pasaron al panteón de máximas, y pese a todas las contradicciones que pueda tener en lo que a teoría del viaje temporal respecta, son perfectas. Si no las conocen, corran ya (YA) a verlas.
Los argentinos tenemos material para enorgullecernos: “Martín Mosca”, una serie web creada por Mariano Cattaneo y protagonizada por Leandro Cóccaro, cuenta las desventuras de un hombre que inventa un dispositivo para viajar en el tiempo, pero lo utiliza para cosas inútiles. Pese a esto, se encontrará sumergido en una aventura descomunal, con mucho humor incluido. Lo pueden ver gratis en el sitio www.martinmosca.com.ar 

Existen muchas, muchas películas que tratan el viaje en el tiempo, y cada uno tendrá su preferida. La pequeña lista que armé es un prólogo para contar la nueva incursión de Stephen King en la materia, con la excelente novela “22/11/63”.
EL DÍA QUE MATARON A KENNEDY
En 1963, en Argentina, pasaron cosas cómo el ascenso de Arturo Umberto Illia al poder; en Shangai consiguieron reimplantar una mano por primera vez; en el Vaticano fallecía el papa Juan XXIII; Japón estrenaba la primer serie anime, “Astroboy”; y la televisión anglosajona estrenaba “Dr.Who”, aún vigente y con nuevas temporadas al aire. (Que trata el viaje en el tiempo también.) Pero 1963 será recordado como el año en que asesinaron al presidente de Estados Unidos  John F. Kennedy, iniciando una época oscura en la historia del país norteño, una tonelada de teorías conspirativas e imágenes del asesinato imborrables (y terribles) tomadas por transeúntes.
Pese a que Lee Harvey Oswald fue declarado (post-mortem, también lo asesinaron) cómo el asesino del mandatario, la verdad jamás llegó a conclusiones certeras sobre quien perpetró los disparos que acabaron con la inocencia de un país (y del mundo) que ya había sufrido otros atentados similares, tales como el asesinato de Abraham Lincoln. El mundo cambió tras ese fatídico día de noviembre en Dallas, y en la actualidad las opiniones se dividen entre los que aceptan a Oswald en el rol de asesino, y los que siguen las teorías conspirativas.
Lee Harvey Oswald, en una foto que los lectores de esta novela reconocerán
King decidió ambientar su última novela en este marco, bajo la premisa “si pudieras viajar en el tiempo, ¿Qué harías?”. Jake Epping, profesor de secundaria en Maine, se encuentra con la posibilidad de viajar al año 1958, en dónde deberá asumir una nueva identidad e intentar detener al asesino de Kennedy, para así cambiar la historia.
La premisa es simple (King suele manejar historias con “argumentos” básicos), pero el desarrollo es lo que importa. El autor inicia un recorrido nostálgico y romántico en una época en la cual el cabello largo era algo mal visto; todo era más barato (la data precisa de los precios a fines de los 50 es un condimento exquisito en la ambientación del relato); y la gente vivía sin el vértigo preponderante del siglo XXI.
Jake crea una identidad nueva, pero mantiene su rol de profesor. Revela a sus pares que está escribiendo una novela de crímenes, coartada perfecta para su seguimiento de Oswald en Dallas. (y es curioso notar la analogía del profesor que se hace pasar por novelista en sus inicios, ya que King fue educador antes de ser el novelista consolidado que hoy conocemos)
Sin revelar detalles importantes de la trama – que vale la pena cada página de las casi 900 que componen “22/11/63” – se destaca la investigación que el escritor (real) realizó sobre la figura de Lee Harry Oswald: en la fina línea entre ficción y ficción histórica, reconstruye al siniestro personaje que habita el imaginario popular de los contemporáneos al asesinato de Kennedy, y lo dota de una humanidad y cercanía fantásticas. Se sabe, los monstruos, cuanto más cercanos al lector son, más miedo causan. Así, asistimos al “espionaje” de este hombre que carga el peso de la historia en sus hombros, y es un tipo que podría ser vecino tuyo, o mío. “Un hombre puede cambiar el curso de la historia, y para muchos esa premisa es inaceptable, imposible de comprender”. Y sin embargo ahí está, cambiándole los pañales a su bebé o discutiendo con su mujer, al igual que cualquier vecino.
La historia se desarrolla en esos cinco años que Jake habita en el pasado. Cómo se asienta, los retos que debe enfrentar a medida que se acerca el momento de ser él mismo el motor del cambio histórico, y los dilemas existenciales que le plantea la nueva vida en el viejo tiempo. Por eso, más que un libro de ciencia ficción, es un drama romántico, nostálgico y reflexivo. Sobre todo reflexivo. Las diferencias entre el 2011 de dónde es oriundo el personaje y las décadas del 50 y 60 ubican al lector en un ejercicio de empatía obligada. ¿Cómo sería la vida sin Internet o los celulares? ¿Cómo resistiría un no-fumador vivir en un tiempo dónde fuman hasta las plantas? Así, con cientos de observaciones pertinentes, Stephen King recrea una época que no puede ni volverá a existir.
Afiche de Lucky Strike de la época

ANÁLISIS Y CONCLUSIÓN
 Calificar a “22/11/63” como una novela de terror y ciencia ficción es similar a afirmar que “Star Wars” es una película “de acción con naves espaciales”. El drama, el dilema moral y el análisis sobre el tiempo y los actos humanos – sobre todo las consecuencias de dichos actos – son la esencia de una obra que derrocha madurez narrativa, puntería a la hora de ubicar la acción y la construcción de una historia de amor memorable.
King ya jugó con la idea de asesinar a un candidato presidencial en “La zona muerta”, y ahora planea asesinar al asesino del presidente. El mismo autor explicó que tuvo que elegir la teoría del tirador solitario (Oswald) a efectos de la novela, y por el peso dramático que tiene esta persona en la historia estadounidense.
Este punto, creo, es lo que genera un poco de distancia entre los lectores que no vivimos en el suelo de Estados Unidos. No hay dudas que el segundo balazo que terminó con la vida de Kennedy fue un giro de 180º en la historia del mundo, pero, como argentino (y esto es un análisis sin ningún atisbo de objetividad) es difícil asimilar el horror del magnicidio. De todas las novelas de King que he leído, esta me generó una particular fascinación por la extrema lejanía en cuanto al marco temporal, histórico y geográfico. La costumbre de leer la obra de King ha llevado al lector constante a familiarizarse con un mapa por completo ajeno (Maine, en su mayoría); con personajes muy (MUY) estadounidenses; y también retazos de la historia de Estados Unidos contemporánea. “22/11/63” apela a una memoria emotiva que, por el solo hecho de no haber sido criado con el “cuco Oswald”, interpone una barrera, mínima, en el lector. (A modo de ejercicio hipotético, me pregunto: ¿Qué nivel de terror e inquietud histórica le generaría a un norteamericano una novela ambientada en la época de las dictaduras latinoamericanas? Ellos no vivieron regímenes de factos, con lo cual, es imposible que tengan esa urgencia temática implantada en la memoria colectiva de la sociedad)
Sin embargo, creo que el éxito narrativo reside en este impedimento cultural. ¿Cómo trasmitirle a un extranjero el miedo cuasi religioso hacia Lee Harvey Oswald? Pues, convirtiéndolo en un ser humano, regalándonos una historia apasionada sobre una época específica, en un lugar específico, con un hecho puntual que, al pasar las páginas, se convierte en parte de uno, y siente el rigor del significado implícito en el balazo que destrozó el cráneo de Kennedy. 
La crítica avaló este libro, y lo ubicó cómo uno de los mejores que ha escrito Stephen King. En lo personal, creo que es la obra de su madurez, se nota en cada frase la pasión por la temática que desarrolla y el impacto que tuvo el magnicidio en la vida del autor, y pasa a formar parte de las grandes obras de las letras anglosajonas. El tiempo lo ubicará en su justo lugar.
A modo de perlas:
1) King quiso escribir este mismo libro en 1972, casi diez años después del suceso, pero consideró que la cantidad de investigación necesaria y la cercanía con el evento – una herida abierta en ese entonces – imposibilitaban la escritura, y pasó a otros proyectos.
2) Existe un final alternativo, disponible en inglés en la web del autor, que es el original de la novela. El que salió publicado es una modificación que le sugirió Joe Hill, hijo de King, y también novelista.
¡Saludos!